Como la mayoría normalmente hace, llego con dos horas de ayuno, con ropa cómoda y sin relojes, pulseras, o cualquier elemento que pueda molestarme. Me descalzo, entro a la sala y comienza la clase...
Quizás pensamos que eso es todo, pero en realidad hay varias cuestiones internas a tener en cuenta:
- Dejo los pensamientos afuera del salón. Dejo atrás las preocupaciones. Quedan afuera los sentimientos. No los voy a bloquear, no, ellos van a estar esperándome a la salida como siempre, simplemente los pongo en pausa un ratito. Los próximos 75 minutos van a ser sólo para mí.
- Acepto que mi cerebro no tiene por qué ser el gran protagonista todo el tiempo, que en el fondo es un órgano más. Acepto que cada parte del cuerpo tiene su propia inteligencia, y a través de la práctica del yoga voy a despertarla y equilibrarla.
- Soy consciente de que mi cuerpo no es más que el de hoy. No es el de hace 20 años, ni el de la clase pasada, ni el que yo imaginé que sería. Mi cuerpo es el que es en el presente, y lo respeto. No compito conmigo misma ni con los demás.
- El yoga es un camino interno e individual. Si bien tengo un guía externo, el profesor, soy yo la que pone los límites y la que exige un poco más. Reconozco que el dolor no me hace bien, y que tengo que saber cuándo parar, justo antes de que el estiramiento se transforme en dolor y lesión.
- Durante la práctica, priorizo mi respiración. Las asanas deben permitir una respiración constante y profunda. Para el yoga, la respiración es el vehículo de la energía en el cuerpo, el vehículo del prana. Para que los beneficios del yoga no sean únicamente físicos, sino también en el plano energético, la respiración debe ser por la nariz, constante, profunda y sin esfuerzo.
En resumen, y como dice la gran frase: practico en plena presencia y plena consciencia.
Espero que disfruten de la práctica. Manos al pecho en saludo, repetimos tres veces OM.
Namaste.
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